El valor de ser capaz de hacer

Por María José Arpi

¿Las competencias que demuestran los recién titulados son las que necesita nuestro entorno profesional actual?

Centrándonos en las actitudes y valores, que constituyen el para qué, por lo que fundamentan y dan sentido al desarrollo consciente de la competencia: si algo no es valorable, no tendrá sentido invertir esfuerzo en ello, y lógicamente será difícil que pueda converse en un hábito, en una habilidad.

Un valor que aún contribuye a incrementar el gap formación-profesión es el de la atribución de un mayor valor al “saber” (teórico, de comprensión) sobre el “saber hacer” (plasmar, ejecutar, transformar).

La mayor parte de los problemas y situaciones reales, también los de la empresa,  no se solucionan cuando somos capaces de formular la respuesta (como los problemas matemáticos), sino cuando somos capaces de ponerla en marcha y llevarla a buen puerto, con lo que ello implica de “venta” de nuestra idea, de negociación de los puntos de partida y de las soluciones posibles con otras personas con visiones divergentes, la planificación de la puesta en marcha de la solución, el trabajo en equipo para iniciar el trayecto, la re-evaluación, reformulación y adaptación necesaria cuando se va materializando la solución,…

Sólo desde la premisa que lo difícil, lo valorable es “hacer posibles” las soluciones, no enunciarlas, nos plantearemos la convicción de la importancia de habilidades como aprender a negociar, a convencer, a seducir, a flexibilizar, a planificar, a re-planificar, a renunciar, a arriesgar, a aprender de los errores,…

Estos verbos aparecen, demasiadas veces, no como los primeros aprendizajes al aterrizar en el mundo laboral, sino como un descubrimiento tardío, una vez pasadas las primeras, segundas y a veces terceras historias de éxitos y derrotas con la empresa, en forma de un gran nicho de habilidades por adquirir, un nuevo “mapa” por descubrir.

A menudo la “revelación” surge del modo: yo pensaba que lo sabía todo para ser dietista (pongamos por caso) porque sabía qué era lo que se debía comer y qué producía, los casos especiales, las contraindicaciones,… pero resulta que de nada sirven mis conocimientos si no tengo en cuenta que mi cliente deberá confiar en mí para hacer caso de mis recomendaciones, y que deberé plantearle expectativas realistas para que siga y no abandone, y para ello deberé obtener información y tener en cuenta sus hábitos, su capacidad económica, su motivación al cambio,… y quizá lo óptimo hoy y ahora no va a ser que le plantee un programa 10, sino que de momento consigamos un 5,…

Y generalmente esta “revelación” va precedida de una negación y una lucha interna: pero yo no estudié para esto, yo no soy comercial, ni psicólogo, ni terapeuta, ni orador, ni mediador,… hasta que entendemos que justamente es eso que no “somos” en lo que consiste nuestra profesión, y que es imprescindible para hacer que las cosas pasen.

El artículo completo al que pertenece este fragmento ha sido publicado en el monográfico de Competencias de Educaweb

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